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Opinión

La flor ucraniana de la Señora Nuland

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Opinión. Hay sustancia detrás del filtrado exabrupto telefónico de la vicesecretaria de Estado norteamericana, Victoria Nuland, que en…

Opinión. Hay sustancia detrás del filtrado exabrupto telefónico de la vicesecretaria de Estado norteamericana, Victoria Nuland, que en conversación con el embajador americano en Kiev, Geoff Pyatt, dijo “¡Que se joda la UE!”. Además de una revuelta popular de la (por ahora) mitad (y mayormente occidental) de su población, lo que está pasando en Ucrania es un intento de aprovechar un descontento social más que justificado para el cambio de régimen, es decir la versión soft del tradicional golpe de Estado. Ese intento es una empresa mixta entre Estados Unidos y la Unión Europea, el Imperio del Oeste, y el delicado comentario de Nuland revela que no solo Moscú, que juega a la defensiva, tiene serios problemas en esta crisis, sino que sus adversarios también los tienen para realizar sus planes y están divididos sobre ellos.

En esa empresa mixta, Washington acusa a Bruselas de flojera, de falta de decisión, lo que se deduce claramente de las dos conversaciones filtradas (la segunda es la mantenida entre Helga Schmidt, responsable de la política exterior de la UE hacia el Este de Europa, y el embajador de la UE en Kiev, Jan Tombinski). Nuland procede del equipo ultra del ex vicepresidente Dick Cheney, uno de los carniceros de Irak, y está casada con Robert Kagan, un notorio ideólogo de la charcutería neocon. Schmidt es alemana y Tombinski polaco. Alemania y Polonia son los países claves en la política oriental de la Unión Europea.

Así que en la escena de los teléfonos (grabada el 25 de enero) aparecen todas las partes implicadas en este carnaval: el Departamento de Estado, la Unión Europea bajo batuta alemana que ya amenaza con sanciones, los polacos, muy activos en lo que fue su patio trasero en ciertas épocas históricas, y los rusos, que son los que han filtrado las conversaciones.

En Washington están muy resentidos con Moscú, especialmente por acoger en su territorio al perseguido y criminalizado disidente Eduard Snowden. Las revelaciones de Snowden son la peor derrota de imagen de Estados Unidos en muchos años, un verdadero naufragio. El furor de Washington hacia Moscú es enorme.

La batalla de Ucrania es, en palabras del Wall Street Journal, “una pugna geopolítica por influencia destinada a desarmar la capacidad de Moscú para controlar Ucrania política y económicamente”, pero también es una buena oportunidad de desquite por lo de Snowden, una ocasión para responderle a Rusia con una bofetada allí donde más le duele: sus intereses más vitales e inmediatos. Desde Europa, el editor de Die Zeit, Theo Sommer, define el problema en los mismos términos. Se trata, dice, de, “un nuevo gran juego geopolítico basado en la pregunta, ¿Cuáles son las fronteras orientales de la UE y cual es el límite occidental de la frontera rusa?”. El asunto general está claro, pero merece la pena detenerse en las diferencias entre Estados Unidos y la UE.

Estados Unidos propugna desde hace años una rápida integración de Ucrania en la OTAN. La Unión Europea también quiere esa integración. Uno de los aspectos más jugosos del acuerdo que Bruselas propone a Kiev, cita la necesidad de, “continuar fortaleciendo la convergencia en cuestiones regionales e internacionales, prevención de conflictos y administración de crisis”. En el documento se propone un, “incremento en la interoperabilidad” y la “exploración de vías concretas para lograr una mayor convergencia en el ámbito de las políticas de seguridad”. No hay duda de que el destinatario de esas maravillas estratégicas es Rusia.

Los europeos son muy beligerantes. El timorato presidente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy, dice, en Munich, que “Ucrania pertenece a la UE” y que “el tiempo trabaja para nosotros”, el Presidente de la Comisión, José Manuel Barroso dice, en Milán, que el pueblo ucraniano, “tiene que demostrar coraje, salir a la calle y luchar”, y el ministro de exteriores alemán, Frank-Walter Steinmeier, otro “moderado”, amenaza con sanciones al gobierno ucraniano, algo apoyado desde el Parlamento Europeo. Es, sin duda un nuevo peldaño en la escala de la agresividad exterior de la UE en este asunto. Y a pesar de todo hay diferencias con Washington.

El hombre de Estados Unidos en Kiev es Arseni Yatseniuk, ex ministro de exteriores en plena conformidad con la integración en la OTAN y las recetas del FMI. En Alemania, que es quien manda en la UE, la integración de Ucrania en la OTAN no se quiere forzar en exceso, pues para Rusia es una línea roja y Moscú es un socio y vecino al que no conviene irritar más allá de lo necesario. En el establishment alemán, Rusia siempre ha sido un país al que se desprecia y al mismo tiempo se teme y se tiene en cuenta, por razones de vecindad y de pura memoria histórica. Además, Alemania exporta mucho a Rusia y mantiene con ella una relación energética importante. La política exterior alemana sigue siendo muy exportadora.

Por todo eso, Berlín tiene su propio candidato a dirigir los destinos del país que invadió tres veces en el siglo XX: el boxeador Vitali Klichkó, un hombre manejable y torpe que en Washington es considerado –con razón- sin experiencia y bastante inútil, pues ha perdido varias elecciones a la alcaldía de Kiev y su gancho (político) apenas supera el 10% en las encuestas. El “¡Que se joda la UE!”, calificado de “completamente inaceptable” por Merkel, tiene que ver con estas diferencias y con la frustrante constatación de una partida en la que es muy difícil obtener una victoria aplastante y definitiva.

No parece que el Imperio del Oeste tenga una brecha fundamental, porque tanto americanos como europeos rechazan por igual lo principal: cualquier posibilidad de llegar a un compromiso razonable con los intereses de Rusia, plasmados en la “Unión aduanera euroasíatica” que Moscú propugna (habrá que ver si Alemania acaba formulando algún matiz por ese lado), pero sí que tiene una falta de coordinación que lastra su filantrópica intervención en Ucrania.

Ucrania siempre fue víctima de los grandes imperios de su entorno; Rusia y los imperios austro-húngaro y otomano (“Maidán”, que significa “plaza”, no es una palabra eslava, sino turca). Ahora la integridad y la paz de Ucrania están amenazadas por las presiones e intereses de dos imperios muy desiguales; a un lado la Rusia de Putin -cuyo gran delito a ojos occidentales no son los derechos humanos ni la autocracia o la corrupción, sino querer levantar cabeza- y al otro el Imperio del Oeste, del que la Unión Europea es parte cada vez más activa y prepotente. Gracias a la señora Nuland, cuyo delicado lenguaje ha sido oportunamente grabado, sabemos que también ese imperio tiene sus problemas internos en este caso.

Todo lo que no sea apostar por un compromiso ucraniano que no contentará a nadie -ni dentro ni fuera de Ucrania- es jugar con fuego. La identidad nacional de ese país es una delicada obra en construcción, con grandes diferencias internas que no convendría desestabilizar desde el exterior. En Galitzia (oeste) se mira hacia occidente. En el este y en el sur, el vector de una creciente diferenciación hacia el hermano ruso va en aumento. También allí la lengua ucraniana y cierto sentimiento de diferenciación ganan posiciones. Pero ambos procesos son muy diferentes entre sí, y si se los fuerza desde fuera el gran riesgo es una ruptura llena de incertidumbres y peligros.

 

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