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Opinión

Pablo Iglesias y el problema de la izquierda

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Desde La Comuna, cuando la clase trabajadora tomó el poder en París, sabemos que la burguesía utilizará los métodos más crueles para impedirlo. Ninguna novedad en el frente.

_Desde La Comuna, cuando la clase trabajadora tomó el poder en París, sabemos que la burguesía utilizará los métodos más crueles para impedirlo. Ninguna novedad en el frente.

Tantas crueldades que parecen inacabables. Desde el Terror Blanco contra los Soviets, Rosa Luxemburgo y los espartaquistas, Vietnam, Indochina o España.

Para que la izquierda transformadora despejara la “vía democrática” (dentro de la democracia formal), tuvimos que apostar por los Frentes Populares, Gramsci y Togliatti, pero ante todo miramos al gran experimento socialista de Salvador Allende. Ganó el gobierno pero no el poder que bombardeó y asesinó hasta que la sangre llenó las amplias alamedas.

Este fue el debate entre los 70 y los 80: la apuesta por la democracia, aún en sus aspectos más formales, ¿va a ser siempre bañada en sangre? Y ésta es la importancia de la experiencia de Hugo Chávez, ya que reafirmó la vía de las urnas a condición de implicar al Ejército en la Revolución y conformar una nueva mayoría social activada para ello. En Venezuela, el Ejército ha impedido varios golpes de Estado.

 

La transformación social es una tarea inmensa. Y será respondida con la misma inmensidad. La batalla cultural desatada por la derecha es la guerra por otros medios.

No basta con llegar a un gobierno. Hay que transformar la realidad. Y la experiencia histórica nos dice que se necesita:

– La creación de una nueva mayoría social que sustente y defienda los cambios.
– Una política dirigida a las Fuerzas Armadas. Han de servir al pueblo.
– Ante una judicatura con un claro sesgo de clase, cambios judiciales que contrarresten la habitual “lawfare”, la intervención judicial a favor de la derecha y extrema derecha.
– Una política industrial que, además de poner la economía al servicio del bien general, impida los bloqueos y boicots patronales.
– Frente al oligopolio comunicativo, debemos desarrollar una política informativa dirigida a la mayoría social que a día de hoy sólo tenemos esbozada y políticamente mal digerida.

Defender la democracia, aún la más formal, no significa aceptar la estructura de poder del capitalismo, ni el juego de distracción en que han convertido el actual modelo de participación.

Para cambiar la realidad, necesitamos un programa alternativo al capitalismo y un programa de defensa de los avances sociales.

IGLESIAS, EN EL OJO DEL HURACÁN

Este compañero ha jugado un papel importantísimo en la política española en los últimos años y es seguro que su papel puede analizarse desde diferentes puntos de vista. Elijo en esta ocasión su relación con los medios de comunicación.

Podemos arrancó espectacularmente en sus expectativas electorales, aupado por el tirón mediático de Pablo Iglesias. En su origen no podemos descartar el apoyo interesado de medios de comunicación de los grupos de presión que pensaban alimentar una disrupción para la izquierda.

El compañero Pablo fue un huracán que conmovió la política española. También fue consciente, tras su primera victoria, de lo que le iba a caer desde la caverna mediática y social.

Ya vivimos con Julio Anguita la circunstancia de tener al líder más valorado en las encuestas. “No quiero que me valoren sino que nos voten”, advertía.

Una parte fundamental de la “batalla cultural” es el frente de la comunicación. La abrumadora posesión de los medios por parte de la clase dominante ejerce un nivel de presión previsible e insostenible para quien lo sufre.

Debemos dar por hecho que quien se ponga en primera línea del cambio social va a sufrir algo peor a lo que ocurre con los juicios sumarísimos: antes de poder reaccionar, la mierda te llega hasta el cuello.

No basta con la queja. La izquierda transformadora debe elaborar una estrategia política que se enfrente a este tipo de “fusilamiento político”.

En principio, Iglesias ha demostrado que no llegó para disgregar. Se va asentando Unidas Podemos y son otras las fuerzas que juegan a la disgregación.

Ante todo, vamos a reconocerle que ha sido consciente del peso de haber ido acumulando todo lo peor que el sistema ha sido capaz de echarle encima. Aun cuando mayoritariamente es una simple “sensación” de que Pablo es lo peor, el culpable de lo mal que va España. Y se ha retirado combatiendo el giro a la extrema derecha en Madrid. Recordemos que tanto Unidas Podemos como Más Madrid han subido electoralmente y que ha sido el PSOE el que ha perdido buena parte de su electorado que se ha ido a la derecha. Más aún, se fue del gobierno dejando en su lugar el enorme peso político de Yolanda Díaz.

Sin embargo, la forma de cómo afrontar el ataque mediático y judicial está aún sin respuesta.

No hacemos nada victimizándonos. Esta lucha tiene las características descritas. Lo hemos vivido en muchas ocasiones: el ataque brutal y sin fundamento jurídico al grupo municipal de IU en Sevilla cuando cambiaba la ciudad, el alcalde de Seseña contra El Pocero y un largo etcétera.

 

¿Qué estrategia tenemos para confrontar con el poder? Adelantemos, diseñemos cómo nos vamos a mover en este frente.

Hay deportes de equipo, como el balonmano, donde las sustituciones están preparadas para refrescar a los que se han desgastado en el partido. Se descansa, se recupera y se vuelve a la cancha. Así sucesivamente durante todo el partido.

 

Y este sentido de equipo ha de ser recuperado, ya que coincide con la letra de nuestra canción. En cada Congreso, en cada Asamblea, nos volcamos en textos que priman la dirección colectiva y se oponen al liderazgo unipersonal. Pues pongámoslo en marcha.

La rueda de prensa de la organización denunciando las “fake news”, las denuncias oportunistas, las complicidades de la contraparte. El colectivo frente a los poderosos, la movilización contra los acosos.

Sean cuales sean las tácticas concretas que elijamos, que deben ser colectivas, tienen que adecuarse a las condiciones que nos rodean, enfrentando sin temores el mecanismo del poder.

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