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Opinión

Cartas al director.Sobre la inmortalidad del alma

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Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,

Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre…
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos…
y sé todos los cuentos.

León Felipe

Desde los tiempos en que la estructura material (una red de neuronas lo suficientemente compleja) pudo dar lugar al pensamiento, los hombres no hemos cesado de concebir disparates.

Algunos de estos disparates, cuando surgieron, estaban justificados. Cómo no entender al marino griego que, a bordo de una frágil embarcación, tuvo que soportar enormes tormentas con vientos que amenazaban naufragio. No es muy difícil comprender la necesidad de inventarse un poder (demiurgo) que supuestamente pudiera acceder a sus súplicas de calmar el viento. Y así nació Eolo, el dios de los vientos.

De los miedos del hombre, de su fragilidad, del sentimiento de sentirse inerme, nació el pensamiento mágico, los dioses y los mitos. Y también todo tipo de sacerdotes, de chamanes de las tribus.

Platón intenta, en su diálogo Fedon o Sobre el alma, establecer la inmortalidad de ésta utilizando la figura de su maestro Sócrates, a punto de tomar la cicuta, acusado por el sacerdocio de aquel tiempo de corromper a la juventud con su impiedad (negar la existencia de los dioses)

Más de veinticinco siglos después, muchos coetáneos todavía no se han librado de la influencia de la filosofía idealista de la que Platón fue su máximo exponente. El idealismo filosófico (que no tiene nada que ver con el idealismo moral) pretende que la idea crea la materia, que el pensamiento ha creado el cerebro, que primero fue el pensar y de ahí se generó el ser.

Por el contrario el materialismo filosófico (que tampoco tiene nada que ver con lo que vulgarmente se entiendo como materialismo) dice que el ser es antes que el pensar, que la materia es anterior a la idea y que es el cerebro el que da lugar al pensamiento y no al revés.

Es más que evidente que lo que llamamos alma no es sino un producto de nuestro cerebro, de nuestras neuronas. No hay más que estudiar las enfermedades neurológicas para darse cuenta de que cuando se dañan un grupo de neuronas de una parte del cerebro perdemos la visión, la audición, los recuerdos, la capacidad de pensar.  Algunas enfermedades que dañan el cerebro de forma muy importante dejan al paciente como si de un vegetal se tratara.

Los enfermos de Alzheimer son un ejemplo claro de cómo el alma se va deteriorando al mismo tiempo que las neuronas.

Lo que se entiende como alma, las capacidades intelectuales, muere con el cerebro. Esto es algo que está al alcance de cualquier persona en el siglo XXI.

Si el cien por cien de las personas todavía no tienen una mentalidad científica, no se dejan regir por el conocimiento científico, se debe a dos cuestiones fundamentalmente.

La primera es la cantidad de sacerdotes  y sacerdotisas de las tantas confesiones que se dedican todo el día, pagados por sus fieles o por el Estado, a pregonar sus disparates. Son decenas de millones en todo el mundo.

La segunda está muy bien expresada por León Felipe en el poema introductorio: el miedo del hombre…ha inventado todos los cuentos.

Ya hace mucho tiempo que sabemos que sin liberarnos de nuestros miedos no seremos nunca seres completos. Es posible que más inseguros, pero más, mucho más libres.

 

 

 

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