_El “dichoso” Covid 19 está condicionando sobremanera nuestra vida personal, social, laboral y profesional. Este artículo solo toca uno de los sectores quizá más afectado por esa condicionalidad: la enseñanza y la formación desde la escolarización obligatoria a la universitaria.
En infantil, en primaria, en educación secundaria obligatoria y en bachillerato se está haciendo un importante esfuerzo en procurar la presencialidad en la aulas; sin embargo, en la Formación Profesional (Grados Medios y Superiores) y la Universidad se ha optado preferentemente por la impartición “online” de las clases y la semipresencialidad, requiriendo solo la presencia del alumnado para los exámenes y clases prácticas.
Es un tema complicado, pero estoy completamente seguro que todos los maestros/as y profesores/as desearían impartir sus clases de forma presencial, aun asumiendo el riesgo que el contacto social implica.
A propósito de lo que escribo, leí una información en el periódico ABC de Sevilla de fecha 26 de septiembre de 2.020, cuyo titular decía lo siguiente: “El coronavirus distancia aún más la educación pública de la privada” y subtitulaba “Mientras que el 71 por ciento de los institutos públicos elige la semipresencialidad, en la privada y concertada los estudiantes van a clase a diario”.
El título, el subtítulo y el cuerpo de la información son claramente tendenciosos en la línea editorial del Grupo Vocento, porque parece trasladar a la opinión pública la bondad y dedicación, casi heroica, de los profesionales que trabajan en la educación privada y concertada frente a los menos dedicados y menos comprometidos profesionales de la pública. Aun siendo cierta la información que ofrece el ABC de Sevilla -no tengo datos para rebatirla- su enfoque es injusto y gratuito.
La opinión generalizada del mundo educativo -profesores, alumnos, padres y madres- del sector público y privado, aboga por una enseñanza presencial como lo más adecuado. Eso es un hecho incontrovertido. Los estudiantes, desde infantil hasta los universitarios, necesitan convivir, discutir, socializar, compartir sus estudios, su formación. Los esfuerzos del maestro y de su pupilo tienen una dimensión social, colectiva y grupal imprescindible para cohesionar una sociedad. Siempre lo ha sido desde la antigua Grecia. Con la educación y la formación se desarrolla la personalidad del individuo pero siempre con una proyección colectiva, de otra manera esa preparación carece de sentido. Se forman personas con vocación de ciudadanos. Y la presencialidad en los centros y las aulas, sin duda, favorece ese fin imprescindible de la enseñanza.
El escritor Juan José Millás, escribió un breve y precioso artículo publicado en el País Semanal del domingo día 27 de septiembre último que tituló: “La sala de máquinas de la vida” del que transcribo literalmente algunos párrafos: “El comienzo del curso escolar es el arranque de la vida. Si él no funciona no se pone en marcha el resto de las actividades cotidianas…La apertura del curso provoca, en fin, un calambre que sacude todos los hogares, una corriente que electriza a toda la sociedad…la sala de máquinas de toda esa actividad exterior se encuentra repartida entre los parvularios e institutos del país. Cuando cierran, se cierra la existencia.”
Es muy cierto lo que tan bien dice el Sr. Millás, la escolarización primeriza de los pequeños, la continuación de primaria, la entrada en secundaria que prepara la iniciación al bachillerato o la formación profesional que culmina, en su caso, con la Universidad, son casi 25 años en la vida de un/a joven, acompañado/a de su padre y de su madre, pendientes y sufridores de su progresión. Cómo no va a tener importancia la Enseñanza en la vida de una sociedad que se precie y reconozca sus prioridades.
Por eso creo firmemente que la mayoría de los maestros y maestras, profesores y profesoras de la pública y de la privada y concertada, no están con la línea editorial de confrontación y comparación del ABC de Sevilla, que obedece solo a intereses económicos y empresariales -la sección ABC Educa está patrocinada con la publicidad de centros escolares y universitarios privados pagada por las empresas que gestionan dichos centros-.
Pero las nuevas circunstancias exigen encarar el mismo reto pero con otras medidas y otros medios. Me consta el esfuerzo de los profesionales de la enseñanza que cada día acuden al centro escolar para impartir sus clases, ofreciendo normalidad donde no la hay, creando e imponiendo hábitos nuevos que generen confianza a los alumnos y padres, pero también el de aquellos profesionales que dan sus clases “online”, que preparan sus lecciones, su discurso, sus tareas, sus medios técnicos para un formato digital de no presencia física que les limita o impide la percepción visual del lenguaje gestual y merma la participación de sus alumnos en el desarrollo de la clase. Y los alumnos y alumnas que se prestan inquietos a su formación en el aula o delante del ordenador, ellos y ellas también están haciendo un sobresfuerzo para continuar con su currículum académico. Todos ellos, no necesitan que nadie compare, devaluándola, la educación pública respecto la privada o concertada, no hacen ningún favor ni una ni a otra ni a sus profesionales.
Este modesto artículo es un merecido homenaje a todos los maestros y maestras, profesores y profesoras de la enseñanza pública, privada y concertada por su empeño en continuar su labor y no abandonar “la sala de máquinas de la vida”. No tengo la capacidad para describir la admiración que quiero ofrecer, por eso hurto un párrafo del bellísimo libro “El infinito en un junco” de la escritora Irene Vallejo para quien “ la paideía -en griego educación- se transforma…en la única tarea a la que merece la pena dedicarse” haciendo referencia a un grupo de personas de la antigua Grecia que profesaban el culto a la enseñanza y a la cultura como objetivo único y último, transcribiendo un epitafio de un seguidor del siglo II de ese culto, que dedico:
A mi amigo Juan Antonio, a mi otro amigo Juan Antonio, a Marina, a Toni -a quien sorprendentemente yo llamo Antonio-, a Juan Luis, a Jordi, a Chelo, a Loli, a Tere, a Belén, a María Isabel, a Diego, a Pepe, a Moisés, a Ricardo, a Willy, a Flor, a Antonio -a quien no sorprendentemente llamo Antonio-, a Jesús Ignacio, a Rosana… a todos ellos profesores y profesoras y a los que inmerecida e imperdonablemente he podido olvidar, a todos los profesionales de la enseñanza…
“Lo único que merece la pena es la educación. Todos los otros bienes son humanos y pequeños y no merecen ser buscados con gran empeño. Los títulos nobiliarios son un bien de los antepasados. La riqueza es una dádiva de la suerte, que la quita y la da. La gloria es inestable. La belleza es efímera; la salud inconstante. La fuerza física cae presa de la enfermedad y de la vejez. La instrucción es la única de nuestras cosas que es inmortal y divina. Porque solo la inteligencia rejuvenece con los años y el tiempo, que todo lo arrebata, añade a la vejez sabiduría. Ni siquiera la guerra que, como un torrente, todo lo barre y arrastra, puede quitarte lo que sabes.” Del libro “El infinito en un junco” autora Irene Vallejo, pág. 147.