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Opinión

NATURALIZAR EL INSULTO. No son periodistas, son políticos

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Una profesión decente saldría a defender el derecho a la crítica de todo el mundo y no a defender el privilegio de que la libertad de expresión es un derecho exclusivo

_La que se ha liado. Sólo ha bastado un tuit de Pablo Echenique criticando a Vicente Vallés para que el peor y más rancio de los corporativismos haya salido en trompa a pontificar y acusar a Podemos de estar en contra de la libertad de prensa y de expresión. Ni más ni menos. Un partido con 35 diputados, en un hemiciclo de 350 escaños, quiere apagar la voz de la prensa en España por criticar de forma educada y sin insultos a un señor que vino a decir en directo, para toda su audiencia y haciéndolo pasar por información cuando era opinión, que fue una pena que las cloacas no funcionaran mejor y finalmente Podemos haya podido llegar al Gobierno. Para ser más expresivo, le faltó decir que el plan era que los morados desapareciesen de la faz de la tierra, no de las instituciones, pero como Vallés es un tipo moderado, se contuvo.

 

Una profesión decente saldría a defender el derecho a la crítica de los políticos y de todo el mundo y no a defender el privilegio de que la libertad de expresión es un derecho exclusivo de los periodistas. En Derecho de la Información, una de las asignaturas clave de la carrera de Periodismo,  se deja bien claro que el periodista, como actor político que es, al verter información y opiniones que condicionan la opinión pública y el sentido del voto de ésta, puede ser también criticado por sus acciones. El único límite para la crítica, al igual que para la libertad de expresión, es el artículo 20 de la Constitución Española: “Derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen”.

 

El código deontológico de la profesión periodística, que invita pero no obliga, dice también que el periodista tiene que tener un compromiso con la verdad, que puede tener diferentes enfoques, pero nunca ha de cubrirse de mentira. Y esto es lo que ha hecho la periodista Cristina Pardo al afirmar en un tuit que Pablo Iglesias ha afirmado que hay que “naturalizar el insulto” hacia los periodistas. Lo escribo entre comillas porque es así como lo ha escrito la presentadora de ‘Liarla Pardo’.

 

 

Cuando un periodista pone comillas sabe muy bien la responsabilidad social que eso conlleva. Las comillas sirven para trasmitir una literalidad porque existe un acuerdo tácito entre periodista y ciudadanía de que las comillas son sagradas. El resto del texto puede estar sujeto a interpretación, que dependerá de la mirada del periodista, pero lo que se dice entrecomillado no admite nada más que la verdad.

 

Cristina Pardo miente, pero, peor aún, está traicionando el acuerdo tácito entre periodista y ciudadanía al poner entrecomillas una expresión asignada a Pablo Iglesias que nunca dijo. De “hay que naturalizar la crítica”, que fue lo que dijo Iglesias, a “hay que naturalizar el insulto”, que es lo que ha escrito la periodista de La Sexta en su tuit, hay un intento de manipular un debate y diabolizar a Iglesias por atreverse a discrepar de esos seres supraterrenales que son los periodistas estupendos.

 

PERIODISTAS ESTUPENDOS

 

Similar enfoque fue por el que tiró el presentador de La Sexta Noche, Iñaki López, quien afirmó que “me niego a naturalizar el insulto”. Que López diga que se niega a “naturalizar el insulto” tiene gracia. Se ha puesto estupendo el conductor de un programa gritón que ha normalizado el fascismo, en el que se ha insultado todo lo insultable y en el que se sientan periodistas como Marhuenda o Inda, condenados por publicar informaciones falsas. ¡Qué cosas!

 

La jefa de opinión de El Mundo, Lucía Méndez, también se ha mostrado muy ofendida en ‘Los desayunos de TVE’ y ha atribuido a Iglesias algo que nunca dijo. Ella está por encima del bien y del mal. A pesar de que trabajó en la Secretaría de Comunicación del Gobierno de España con José María Aznar, donde no te llaman si no se fían de ti. O de que fue una de las incondicionales de Pedro J. Ramírez en aquella infame teoría conspirativa sobre el 11M, que hizo tanto daño a las víctimas del atentado y que sólo tuvo como objetivo intentar convertir el peor atentado que ha sufrido España en un blanqueador de las mentiras del PP sobre la autoría del acto terrorista. A ese periodismo carroñero ejercido por Pedro J. Ramírez se atreve a llamarlo “edad de oro del periodismo”.

 

Méndez dio el paso a trabajar con Aznar “por curiosidad profesional”, afirmó en una entrevista en el periódico El Progreso. Es imbatible, no tiene ideología, ni intereses, ni escribe con intención, es pura Física Cuántica hecha periodista. Cuando Méndez criticó al exdirector de El Mundo, David Jiménez, por la publicación de un libro que dejaba a la redacción del diario conservador a la altura de Jorge Bustos o Javier Negre, los periodistas sí podían ser criticados y cuestionados. Ella se hartó entonces de criticar a David Jiménez, pero le ofende que un político haga uso de su libertad de expresión en la misma proporción que ella lo ha hecho en otras ocasiones. La libertad, como el amor, o es de ida y vuelta o es un privilegio. Es, además, indivisible: o la tenemos todos o no la tiene nadie.

 

Hubiera estado bien que estos periodistas estupendos, tan indignados con Iglesias y defensores de la libertad de expresión, hubiesen dedicado los mismos especiales para hablar de las siete sentencias que niegan la financiación ilegal de Podemos, información falsa salida de Okdiario –el periódico de las cloacas del comisario Villarejo que dirige Eduardo Inda- que fue usada contra la formación morada cuando las encuestas decían que podía ganar las elecciones.

 

Hubiese sido un gesto, por el bien de la profesión periodística, que se hubiese acercado alguna cámara a Galapagar para denunciar el acoso sufrido por la familia de Pablo Iglesias en la puerta de su casa, por grupos neonazis jaleados por la web de Eduardo Inda, el periódico que, a pesar de su vinculación con las cloacas, más publicidad privada recibe en España y a más tertulianos sienta en las principales mesas de debate político de las televisiones españolas.

 

ARGENTINA

 

 

Hace unos años, en Argentina, emitieron en directo el trayecto desde su casa hasta el juzgado de la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Fue a declarar como investigada en una causa de corrupción que finalmente quedó en nada. Hace un mes, la expresidenta argentina hizo el mismo trayecto para declarar como afectada de un espionaje contra la oposición que puso en marcha el antiguo gobierno derechista de Mauricio Macri.

 

El viaje como espiada lo hizo sola, sin cámaras, mientras que la causa en la que estaba imputada por corrupción fue retransmitido en directo, con varios coches y motocicletas cubriendo todos los planos del trayecto, como si fuera Gran Hermano, el Tour de Francia o el Giro de Italia. Los medios no consiguieron meterla en prisión, pero sí que perdiera las elecciones porque el pueblo argentino pensó que Cristina Fernández de Kirchner era una ladrona. Incluso hoy, que es manifiestamente inocente, hay mucha gente y medios de comunicación que la odian de una forma irracional porque los medios hicieron de ella un personaje diabólico. Nunca le perdonaron que le metiera mano al oligopolio mediático y prohibiera que ningún grupo empresarial tuviera más del 25% de la propiedad de un medio de comunicación. Favoreció el pluralismo y el derecho a la información, pero los que gestionan el privilegio de la libertad de prensa la condenaron.

 

Lo que molestaba a los medios, entre cuyos intereses no está el de informar, de Cristina Fernández de Kirchner era que sacó a 10 millones de personas de la pobreza extrema, que introdujo en el régimen de cotizantes a las empleadas de hogar, que construyó vivienda pública para la gente sin recursos y que usó los resortes del Estado para desendeudar al país de la deuda con el FMI y defender a la gente sencilla de las tropelías neoliberales que habían puesto a los argentinos de rodillas.

 

Con Pablo Iglesias pasa igual. Lo atacan no porque sea él o lleve coletas, sino por lo que defiende. Condenando al portavoz de la causa consiguen demonizar la causa, que no es otra que la justicia social. Como saben que la causa es razonable y justa, es más fácil demonizar a la persona, atacarla y situarla en contra de derechos tan solemnes como la libertad de expresión, que permitir un debate sensato y sereno que explique a la ciudadanía otra asignatura de la carrera de Periodismo: Estructura de la Información. Se estudia en quinto y es una de las que más cuesta aprobar por su complejidad.

 

En esta asignatura lo que se aprende es que la libertad de expresión y el derecho a la información en los grandes medios, propiedad de los bancos, no existe, que es una entelequia. La libertad de Cristina Pardo o la de Iñaki López es su nómina. Ellos mismos no se pueden creer lo que afirman, pero lo tienen que decir para poder seguir comiendo. Peor que sentirse poco libre es el hambre.

 

 

Estaría bien que todos los periodistas admitiéramos que nuestra libertad está limitada en lugar de convertirnos en sacerdotes de una libertad que no poseemos porque los grandes medios de comunicación no tienen entre sus funciones la información, sino ejercer de lobbies para convencer al ciudadano de que el político que defiende a la gente sencilla, a los de abajo, llámese Pablo Iglesias o Cristina Fernández de Kirchner, es un peligroso terrorista que pone en peligro la democracia, mientras que quienes empobrecen y vulneran los derechos humanos son políticos serios, sensatos, demócratas y amigos de la libertad de prensa.

 

No son periodistas, son políticos. Hay que decirlo más.

 

 

 

 

 

 

 

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