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Opinión

Elogio del Error. Por J.R.H.

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¿No creen que la excelencia está sobrevalorada? Fundamentalmente porque no existe y al no existir genera unas expectativas frustrantes, origen de un malestar personal y social y de no pocas patologías psíquicas…

_¿No creen que la excelencia está sobrevalorada? Fundamentalmente porque no existe y al no existir genera unas expectativas frustrantes, origen de un malestar personal y social y de no pocas patologías psíquicas. Se ha mitificado en el ámbito profesional, empresarial y laboral, sirviendo  de listón que separa varios grupos:  los que llegan, los que pretenden llegar, los que no pueden llegar y, por último, entre los que me encuentro, los que no queremos  llegar, pudiendo o no.  En el terreno personal, familiar y de pareja también se ha instalado esa corriente de excelencia: una pareja ideal, una familia ejemplar, una persona intachable. No existen. Son sustantivos que conceptualmente   no admiten tales calificativos. El ser humano es  ensayo, acierto  y error. Así es nuestro recorrido por la vida. La forma de asumir los errores determina nuestra existencia. Por eso he titulado este artículo elogio del error, como contrapunto al inicial  interrogante del texto. El error puede ser, es  fuente de alternativas, cada movimiento en falso ofrece diferentes escaques (sesenta y  tres en el ajedrez), nuevas perspectivas sobre las que lidiar y que hubiesen permanecido ocultas de no mediar el yerro revelador.

 

Afrontar y superar un error no es fácil, personal e individualmente requiere  valentía en el reconocimiento   y asunción de la responsabilidad, pero también descansa sobre la generosidad y solidaridad de los demás. Esta simbiosis crea comunidad y la vida ofrece muchas oportunidades para que sea recíproca, alternando los papeles. En cambio, la búsqueda enfermiza de la excelencia genera individualismo, soberbia y narcisismo.

 

Recuerdo una frase de un artículo de hace bastante tiempo, más de treinta años  seguro,  creo  del escritor Manuel Vicent que decía: “no me gustan las mujeres que muestran un sexo inalcanzable ni las madres que perdonan a sus hijos antes una violación, que un fracaso profesional o académico” si no es literal casi, por ser un reto de la memoria. Pues eso, cuánto esfuerzo competitivo para ser el mejor, para llegar el primero, y si es  posible el único; qué fin más absorbente que olvida los medios y el camino. Y detrás un apoyo familiar y social envenenado.

 

No he sido nunca competitivo, ni quiero ser el primero en nada  (quizá por eso soy del Betis, o bien soy así por ser del Betis), prefiero recorrer el camino acompañado, aunque tenga que esperar o ser esperado, los errores personales y profesionales los asumo con sufrimiento pero con esperanza de enmienda  y responsabilidad,  de otra manera sería un cínico o psicópata o ambas cosas. No leo, no estudio, no escribo, no medito para ser el mejor, solo lo hago para comprender mis errores y el de los demás. Esa comprensión lleva compasión, con uno mismo y con los otros. Si no fuera así esto se haría insoportable.  

 

Esta reflexión llevada al ámbito político me sugiere que la confrontación política actual viene dada por una ideología que ensalza valores absolutos, excelentes bajo su prisma, que no admite errores, los suyos por imposibilidad,  los ajenos por inmisericordia. 

 

Recurro al Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española  y buscando expresamente encuentro la definición  de la palabra  “Ideología” en su acepción primera, que  dice:  Conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad, o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc.

 

Pero lo que estamos viendo y viviendo  no se   trata de una confrontación política ideológica, vas más allá; John Gray, catedrático de Pensamiento Europeo   de la  London  School of Economics  decía en  un artículo publicado  el día 24/05/2020 en “el País” lo siguiente: “Nuestra época es un tiempo en el que la ideología política, tanto la liberal como la marxista, tiene cada vez menos peso en los acontecimientos, y lo que se enfrentan son una fuerzas más antiguas, más primordiales, más nacionalistas y religiosas, fundamentalistas y, tal vez, pronto malthusianas.”

 

 

Es terrorífico lo que piensa este autor, pero me temo que no se aleja mucho de lo que está pasando en el mundo y en España. 

 

 Los seguidores de la  ultraderecha, y no me refiero exclusivamente a sus afiliados y votantes, también incluyo a los que acuden a sus llamamientos y  manifestaciones y a los que propagan sus mensajes por las redes sociales sin ningún  miramiento ni respeto por quienes han de recibirlo, sin su conocimiento  y autorización, responden al razonamiento del autor citado; a saber:

 

Son Nacionalistas: Nacionalistas españoles, exclusivos y excluyentes.

 

Son Religiosos: En el  sentido etimológico de religión,  del latín prefijo “re”  y el verbo “ligare”,  atado o ligado fuertemente a un vínculo.

 

Fundamentalistas: Sin margen de flexibilidad intelectual e intransigentes. Apoderados de una verdad absoluta. El error vive enfrente.

 

Y malthusianos: España solo para los españoles. Nacidos en España.

 

Cuando se mira el mundo desde un pedestal que se estima infranqueable y cerrado a cualquier opción que no sea tu verdad absoluta, ya no tienes margen para contemplar el pensamiento y la acción de los demás desde otra perspectiva, ni tienes capacidad de analizar las situaciones con suficiente  objetividad para valorar las circunstancias (atenuantes y/o agravantes) en las que pensó y actuó el otro.

 

 

Todo lo que piensa, dice, plantea y  hace   el “otro” es un error.

 

En una conversación entre amigos; en una reunión familiar (esta distinción entre  amigos y familia ha surgido espontáneamente); en una mesa de negociación política (por ejemplo)  debes entrar y permanecer bajo dos premisas: tener las ideas claras de tu postura y estar abierto a la matización y  corrección de tus ideas al oír las contrarias; y esto no es un oxímoron. Es decir, debes contar con la posibilidad de un posicionamiento inicial   erróneo. Y que las ideas de los demás puedan matizar, aclarar o desechar las tuyas.

 

 

Tengo claro (o no) mis ideas pero estoy abierto a escuchar otras que,  no con reproche ni proselitismo, me enriquezcan por su claridad, incluso oportunidad. Debemos mostrar  una posición de vida  abierta al enfrentamiento  constructivo.

 

Sin reconocer nuestros errores ni aceptar el de los demás se hace muy complicado la convivencia, generando un ser humano y una sociedad crispados continuamente y propicios  al enfrentamiento.

 

Como la secuencia final de “Con faldas y a lo loco” de Billy Wilder, cuando Joe E. Brown y Jack Lemmon en la lancha, este último descubre su travestismo al compañero enamorado y éste en su empeño infinito le contesta: “Nadie es perfecto”. Así sea.

 

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